Detrás de las estanterías del supermercado, de la etiqueta de la nueva licuadora o del precio creciente de la silla de oficina, hay una fuerza casi invisible que está moldeando el consumo estadounidense: las tarifas. Durante meses, parecían solo un debate político o una estrategia de negociación del gobierno. Pero, poco a poco, ese movimiento silencioso comenzó a aparecer en las cuentas del mes y está empezando a incomodar.
Durante los primeros capítulos de la guerra comercial iniciada por el presidente Donald Trump, muchas empresas optaron por absorber los costos de las tarifas para evitar alejar a sus clientes. Era una decisión táctica: proteger la base de consumidores en tiempos de incertidumbre, ganar tiempo y evaluar el panorama. Pero el tiempo pasó. Y ahora, los márgenes de ganancia se han reducido, los inventarios estratégicos se agotaron y la paciencia corporativa llegó a su fin.
Hoy, cada vez más empresas están trasladando estos costos (discretamente) al consumidor final. Y las señales están por todas partes, aunque diluidas en aumentos sutiles que no siempre suenan como “inflación”.
El precio del silencio
Datos del Departamento de Comercio indican que los precios han subido de forma constante en categorías altamente expuestas a las tarifas, como muebles, juguetes y electrodomésticos. En muchos casos el impacto fue gradual. El consumidor común tal vez ni haya notado que esa licuadora está un 5% más cara que el año pasado, o que los muebles para el cuarto del bebé han subido lentamente mes tras mes. Pero para quienes observan los números de cerca, la correlación con las tarifas es clara.
Empresas como Adidas, Procter & Gamble y Stanley Black & Decker ya han anunciado abiertamente que están aumentando precios, o que se están preparando para hacerlo. Y eso incluso antes de una nueva ronda de tarifas anunciada para el segundo semestre del año, con tasas que pueden superar los dos dígitos en decenas de países.
“No tenemos interés en administrar un negocio con un margen de ganancia menor, principalmente por causa de las tarifas”, afirmó Richard Westenberger, director financiero del fabricante de ropa infantil Carter’s, durante una reunión con analistas. Es una frase directa, que resuena con el pensamiento de cientos de ejecutivos en diversos sectores. El juego cambió — y ahora quien paga es el consumidor.
Un aumento invisible, pero real

¿Por qué este impacto tardó tanto en aparecer? La respuesta involucra una combinación estratégica, inventarios acumulados antes de la entrada en vigor de las tarifas, y una dosis de cautela. Muchos minoristas hicieron pedidos con meses de antelación, recibiendo productos antes de la implementación de las tasas. Otros optaron por posponer el traspaso de costos para proteger su reputación y competitividad.
“El traspaso en el comercio minorista tiende a ser muy gradual”, dijo Alberto Cavallo, economista de Harvard, que analiza el impacto de las tarifas sobre los precios junto a dos coautores, utilizando datos de algunos de los principales minoristas de EE.UU. “Es por eso que muchas personas sienten que no está pasando nada”.
Además, la volatilidad de las políticas tarifarias generó vacilación. Pausas temporales, aplazamientos y cambios de última hora hicieron que el panorama fuera imprevisible. En un mercado donde la estabilidad es clave, las empresas prefirieron esperar antes de actuar.
Pero ese margen de seguridad está desapareciendo. Y con él, surge una nueva realidad: el consumidor estadounidense está comenzando a sentir en el bolsillo lo que hasta ahora era, para muchos, solo un titular lejano.
Una cuestión de tiempo
Economistas como Jerome Powell, presidente de la Reserva Federal, admiten que el impacto de las tarifas sobre los precios se está volviendo más evidente, aunque a un ritmo lento. El problema ahora es entender hasta dónde puede subir esa curva. La inflación se mantiene relativamente contenida, pero los próximos meses serán decisivos.
Sarah House, economista de Wells Fargo, define el momento actual como un punto de inflexión. “Las empresas están comenzando a lidiar con el hecho de que las tarifas llegaron para quedarse”, dice. Y conforme esa percepción se consolida, se sienten más cómodas para ajustar sus precios y explicárselo al consumidor.
Algunas grandes empresas ya tienen planes bien definidos: Procter & Gamble anunció un aumento promedio del 2,5% en los precios de cerca de una cuarta parte de sus productos a partir de agosto. Mohawk Industries, fabricante de pisos, anunció aumentos de hasta un 8%. Cafeterías, pequeños comercios y cadenas de ropa comienzan a seguir el mismo camino, incluso con el temor de perder clientela.
Al final, ¿quién paga la cuenta?
A pesar de las promesas iniciales de que los países extranjeros pagarían por las tarifas, los datos más recientes muestran lo contrario. La mayor parte del costo está siendo absorbida por los importadores estadounidenses y, gradualmente, por sus clientes. El precio final de un producto puede no mostrar la etiqueta “tarifa incluida”, pero lleva, implícito, un tributo silencioso de la guerra comercial.
El presidente Trump y sus asesores han afirmado que los países extranjeros cargarán con las tarifas. Pero, hasta el momento, aunque hay señales de que los exportadores están asumiendo parte del costo adicional, la mayor parte está siendo trasladada a los importadores estadounidenses, de acuerdo con los datos del Departamento de Trabajo sobre precios de importación.
Para los consumidores, el desafío es doble: entender por qué los precios están subiendo, incluso sin una inflación oficial alarmante, y prepararse para un segundo semestre con aumentos aún más evidentes.
Lo que antes era una estrategia política ahora forma parte del día a día. La guerra comercial dejó los pasillos diplomáticos y llegó, discretamente, a la estantería del supermercado, al carrito online, a la factura de la tarjeta.
Y como suele ocurrir con todo lo que es silencioso, el impacto real puede ser mayor de lo que parece.